domingo, 4 de abril de 2010

¿Qué hora es?


Pedro escucha la alarma del despertador que suena a las siete a.m.
Se levanta algo adormilado para dirigirse al baño cuando su pie pega con la silla que está junto a su mesa.
“¡Ay, ay, ay…!” –Exclama y regresa cojeando a su cama para masajear su dedo del pie maltratado por el golpe.
“Vaya forma de comenzar el día” –Alcanza a murmurar.
Luego voltea hacia  el buró junto a su cama y toma el pedazo de papel que está encima junto al despertador.
“Encuéntrame en esta dirección a las ocho a.m. No llegues ni un minuto tarde porque me voy” –lee en el papel con una sonrisa en los labios y su mirada queda fijamente perdida en ningún punto del suelo.
La noche anterior había ido a un bar donde vio a una mujer rubia muy atractiva.
Se había acercado para presentarse pero ella volteó y sin decir nada, volvió a darle otro trago a su bebida, lo ignoró por completo.
Regresó a la mesa donde estaba con tres amigos, sintiéndose algo abochornado por las bromas de ellos.
– ¿No que muy galán Pedrito? –Fue la primera expresión de burla que recibió.
– Bueno, no siempre “caen” –Dijo justificándose con voz algo decepcionada.
Para su sorpresa durante el tiempo que departió con sus amigos, se dio cuenta que aquella mujer lo observaba en un par de ocasiones, pero había decidido no ir nuevamente a hacer el ridículo y la había ignorado.
Ella al salir pasó junto a él, le miró fijamente y le dejó la nota en la mesa sin decir nada, ante la sorpresa de sus amigos que se quedaron con la boca abierta.
Cuando continúo su caminar, todos la siguieron con la mirada hasta que salió y luego se volvieron a él.
–¡Ooorale Pedrito, no te la vas acabar... chiquito! –Le dijo uno de sus amigos.
–Pues ya ven, tal vez soy más gallo de lo que ustedes piensan. ¡Salud!
Y todos levantaron su copa al brindis de Pedro al tiempo que le sonreían con admiración y malicia.
En sábado el tráfico siempre es tranquilo en la ciudad de Morelia, y considerando la distancia que mediaba entre su departamento y el lugar donde lo había citado la mujer, tenía tiempo de sobra.
Todavía estaba bajo los efectos del alcohol y le costaba trabajo espabilarse pues se había acostado a las tres de la madrugada.
“Que mujer tan extraña, citarme tan temprano… ha de tener esposo. Bueno, pero a quién le dan pan que llore, pero esas caderas y esos pechos… ahhh, bien valen la pena levantarse a esta hora”  –Se dijo a sí mismo con cierto aliento de deseo al rememorar la anatomía de la mujer. Puso el papel sobre el buró y se dirigió al baño.
Abrió la llave del agua caliente y dejó que terminara de salir a la temperatura que él deseaba, comenzó a cantar la canción de “Yesterday” de “los Beatles” mientras se metía a recibir el chorro de agua. Era una canción que siempre le había escuchado cantar a su padre cuando se bañaba y ahora él seguía esa tradición. Su padre, un comerciante rico, le proporcionaba todo cuanto él le pedía pues vivía en otra ciudad lejos de su familia. Pedro había ido a estudiar la universidad a Morelia.
“Yesterday all my troubles seem so far away…”
El agua le caía cálida y abundantemente sobre su cuerpo. Ya se había puesto el shampoo, cuando el agua comenzó a interrumpirse hasta que dejó de caer.
“¡No puede ser que esto me esté pasando...!” –Dijo en tono molesto.
No muy lejos, en un hospital de la ciudad, el Doctor Fernández le explicaba a Rebeca que su hijo necesitaba urgentemente un trasplante de corazón pues la enfermedad degenerativa que padecía estaba a punto de ganar la batalla.
Ella escuchó las palabras del médico; cerrando los ojos sostuvo su frente con el puño y comenzó a sollozar.
El médico puso su mano sobre el hombro de Rebeca tratando de manifestarle también su pesar.
Sólo un milagro puede traer más esperanza a la vida de Pablo. –Le dijo el médico con resignación.
Ella asintió con la cabeza y suspiró.
– Pues si de un milagro se trata, iré a la capilla para pedir por mi hijo a nuestro Padre Dios que todo lo ve.
En la capilla no había nadie, así que se acercó a la imagen de Jesucristo Crucificado y se hincó.
“Señor, bendito redentor vengo a ti clamando por la vida de mi hijo Pablo pues es un joven trabajador, está por terminar su carrera profesional, ha sido el sostén de mi hogar desde que murió mi esposo hace tres años y se ha convertido en la alegría de mi vida. No te lo lleves Padre mío pues arrancarías de mí el último jirón de mi esperanza”.
Rebeca terminó postrada delante de la imagen llorando, en un clamor que sólo una madre podría sentir para interceder por su hijo.
Pedro se sentía presionado y se vestía aceleradamente, el reloj marcaba las siete cuarenta a.m.
“No puedo creer que me esté pasando esto. La única vez que me encuentro con una mujer de esas y estoy a punto de llegar tarde.” –Se dijo reclamándose a sí mismo.
Estaba abotonándose la camisa cuando notó que tenía una mancha.
“¡Carajo, esta camisa está sucia!” –Volvió a increparse.
Las llantas del Mustang de Pedro sacaron humo cuando patinaron al salir hacia la búsqueda de la mujer que lo había impresionado la noche anterior.
El reloj marcaba las siete cincuenta y uno a.m.
“¡Mierda, tengo nueve minutos para llegar!”.
Sus veintidós años le daban el vigor y la energía para sentirse superior a cualquier circunstancia, así que sin pensar en nada más que en no perder a su “conquista”, metió a fondo el acelerador de su Mustang nuevo.
Ganó la luz verde en el primer semáforo que lo metía al libramiento y siguió a gran velocidad hacia la Avenida Camelinas. En el cruce de la Av. Margatita Maza de Juárez, donde está el Zoológico, apenas libró la luz ámbar y decidió tomar la lateral pues un camión de pasajeros casi le cierra el paso.
Al llegar a la esquina del “Hospital Star Médica”, la luz cambió de rojo a verde y aceleró a fondo para tomar el carril central nuevamente. Un conductor de un camión materialista decidió pasarse la luz ámbar y no alcanzó a frenar cuando lo vio, la bajada del camino que desemboca en ese crucero es muy pronunciada.
El Mustang, es envestido por el costado derecho, haciendo que el automóvil de Pedro gire y se detenga en el camellón central con las llantas hacia arriba.
En el hospital Rebeca voltea sobresaltada hacia la puerta, al escuchar el choque.
“Ayuda a los necesitados y protégelos Padre” –Dice dirigiéndose a la imagen.
En la calle, los autos se detienen, nadie se mueve, los pocos músicos de un conjunto norteño que están en el parque acallan su plática y voltean hacia el crucero. Todos miran hacia el automóvil accidentado. Hasta los animales del Zoológico callan, la calle alcanza un increíble silencio, pareciera que el reloj ha detenido su marcha.
Dos paramédicos del hospital salen apresurados hacia el lugar del accidente. Uno lleva una camilla y el otro un maletín de primeros auxilios.
La estación de bomberos manda a dos voluntarios con extinguidores para rociar el automóvil y evitar un incendio.
La calle comienza a retomar su movimiento. Unos autos se detienen, otros comienzan a pasar despacio mirando el automóvil volcado, la gente comienza a acercarse, el bullicio empieza a dominar el ambiente.
Pedro está inconciente pero aún vivo.
“Está sangrando por la boca debe tener el pulmón perforado, todavía puede salvase si lo llevamos al hospital en este momento.” –Dice un camillero después de sentir su pulso.
Rápidamente lo sacan del automóvil y lo ponen en la camilla, la ambulancia ha llegado y lo trasladan a urgencias del “Star Médica”.
Pedro recobra el sentido y balbucea con mucho esfuerzo “¿Qué hora es?”.
Nadie le presta atención, lo están preparando para operarlo ya que está perdiendo mucha sangre, tiene varias costillas fracturadas y una le ha perforado un pulmón.
Alcanza a ver en el reloj de una enfermera que marca las ocho a.m. y cierra los ojos. Se da cuenta entonces que hay mucha gente en torno a él y dice suavemente “¿Qué pasó?” y se desvanece.
Una enfermera le informa al doctor que el paciente ha perdido el conocimiento.
El doctor ordena el traslado a quirófano.
Durante la operación Pedro muere de un paro respiratorio.
El médico ordena, traigan al paciente del cuarto veinticinco, le vamos a trasplantar el corazón; que la trabajadora social avise a sus familiares y pida la autorización para donante de órganos.
Por la Avenida Camelinas camina una mujer seductora que detiene el tráfico con su andar. Un joven se acerca y le ofrece llevarla.
– ¿Qué hora es? –Le pregunta ella.
– Las ocho quince –Responde él.
Ella sube al automóvil deportivo y enciende un cigarrillo.
Él acelera, el automóvil zigzaguea perdiéndose entre los pocos automóviles que transitan por la avenida.


Fin

Semana de Sueños


Anoche soñé que una voz me decía: “Hay una búsqueda de mejoramiento a través de cambiar tu forma de vida. Deseas alcanzar el éxito. El éxito puede venir pero hay que ser prudentes con quien se relaciona uno, no confiar los aspectos personales o íntimos a otros”.
Después de analizar mi sueño, vino a mí este pensamiento: “Alcanzar el éxito…”
Lo medité un rato y me dije: “¡este es el negocio que estaba esperando! ¡Voy a vender el servicio de interpretación de sueños!”. “Le voy a decir a mi esposa Ríspida que ya sé como vamos a salir de pobres”. Así que me dirigí a la cocina y le comenté mi propuesta millonaria. Se me quedó viendo atentamente, luego su mirada se fue hacia el techo y cuando se volvió hacia mí, dijo:
¡Prudencio, vete a trabajar…!
¡Prudencio, ya es hora que te levantes, se te va hacer tarde!
¡Prudenciooooooooooo!


22 ene 2010

Ayer, cuando regresé de trabajar, mi mujer me dijo que me encuentro en el último tercio de mi vida y no he hecho nada para asegurar nuestro futuro. Y en lugar de cenar me fui a la cama. Yo me dije antes de dormir: “Tengo energía, salud y mis capacidades físicas y mentales en buena perspectiva, todo me parece bueno. Siento orgullo y ambición. El intelecto y la pasión están bien mezclados. Tengo una buena apariencia, aunque algo austera. Capacidad de control y buena voluntad. Hay confianza en mí mismo”.
Así, rumiando esos pensamientos me quedé dormido. En mi sueño, me sentí un “Súper Héroe”, me vestí con el traje del Hombre Araña y aunque me veía algo barrigón, salía a buscar mi futuro.
Al día siguiente, amanecí con un chichón en la cabeza y acomodado en el suelo, mientras mi “vieja” roncaba a “pierna suelta” boca arriba, desparramada en la cama como señalando para las cuatro esquinas del cuarto.
Antes de irme a trabajar, fui por un traste, lo llené de agua y se la aventé a la cara a mi mujer para que no volviera a estar jodiendo con “nuestro futuro”. Salí corriendo de la recámara para irme a trabajar, azoté la puerta tras de mí para aparentar que estaba muy enojado; mientras ella se quedaba gritando por la ventana, a todo pulmón, de lo que me esperaría al volver del trabajo.


23 ene 2010

Anoche después de recostarme algo adolorido por las descargas de puñetazos que asestó mi mujer en varias partes de mi humanidad, mismos que descargó con una sarta de palabrotas de todo el repertorio del folklore mexicano, pude recostarme con algo de trabajo en el  sillón de la sala, aunque con dificultad, pude conciliar el sueño.
Hoy en la mañana, tan pronto como mi cuerpo me lo permitió, me puse a interpretar mi sueño: Una mano izquierda grande, fuerte y blanca, ponía un balón de football americano en mis manos.
“No cabe duda que los triunfos están condicionados para que los obtenga sólo con la prudencia y el sacrificio”, pensé.  “Pero vendrán.” Concluí.
A mis 39 años, ya tenía que ver la vida como debe ser: a los ojos y de frente, pues ya no me quedaban ganas de volver a sentirme como uno de los Súper Héroes después de traer un “chichón” en la cabeza y de los “recuerdos” que me dejó mi “vieja”.


24 ene 2010

Esta mañana, viendo lo difícil que está la situación comencé el día poniendo mis rodillas en el piso y comencé a orar: “Dios, gracias por protegerme y guiar mi camino.
No tengo amigos y baso mi confianza ahora en ser responsable. Estoy buscando en mi propio caminar la realización de mi felicidad. Veo a mi esposa Ríspida muy mandona y difícil de compartir con ella. Lo único que me ha hecho feliz, es que mi vida interior ha ido cambiando para bien. Mi sueldo, aunque es para lo básico, me han permitido conquistar mi paz interior y la confianza en mí mismo. Gracias Dios por tus bendiciones, ahora me doy cuenta que eres el único con el que puedo platicar sin que me griten o me hagan mucha crítica. Amén.”
Me salí sin desayunar para no molestar a mi esposa y me fui a trabajar pero antes pasé a una papelería, compré una libreta pues quiero escribir en mis ratos libres.
“A lo mejor me salgo de este mundo cruel si empiezo a escribir de extraterrestres.” Me dije deseando evadirme de mi realidad.


27 ene 2010
Ayer la vi por primera vez.
Salí del trabajo, eran como las siete treinta p.m., caminé hacia el Jardín de las Rosas y esperé el transporte colectivo que me llevaría a casa. Después de abordarlo, saqué mi reproductor de música, me puse los audífonos y comencé a escuchar algo romántico. Eso me dispuso a poner alerta mis sentidos: estaba atento a cualquier mirada, al contacto físico debido a la cercanía de la mujer que venía a mi lado, al aire fresco que entraba por la ventanilla y al sabor de una pequeña barra de chocolate que venía disfrutando.
Habían subido unas cuatro o cinco personas y el asiento frente a mí estaba vacío. El transporte se detuvo en la puerta de la Secundaria Técnica Tres. En la calle, platicaban dos chicas y un joven que hizo la parada al transporte y al despedirse,  mi pupila percibió en ellas, una energía especial, suave como luz de luna pero ardiente como los rayos de sol. Sólo vi una cabellera larga porque los vidrios polarizados no me permitían apreciar completamente lo que mis ojos se empeñaban ver.
Me había resignado a no intentar distinguir la silueta que se dibujaba por la ventana. La combi –el transporte público más común en Morelia–, luego que subió el joven que platicaba con las niñas avanzó lentamente y como el tráfico estaba cargado por la salida de los estudiantes, hizo que las chicas cambiaran su decisión y corrieron para subir también.
A partir de ese momento el tiempo transcurrió cuadro a cuadro, como en una película.
Fue  como la entrada de una reina a su palacio.
Al subir ella, percibí con más intensidad su presencia, observé sus muslos a trasluz de su falda corta por las luces de los automóviles y la imagen se detuvo en mi pupila un momento que fue placenteramente eterno. Mi corazón se aceleró, la adrenalina comenzó a fluir generosamente.
Se sentó frente a mí, su amiga a un costado. Lo primero que distinguí fue la perfección de sus labios. “Tiene una cereza en la boca” –pensé. Y por un instante absorbí, con una sola mirada, el dulce sabor de unos labios desconocidos pero frescos, nuevos a mis ojos y llenos de vida. Ella notó que mi atención la recorría como manos de enamorados, que semejan ojos con los que se perciben los mínimos detalles de cada parte.
Sentí un esfuerzo para hacer una pausa y no quedar pétreo como una estatua, así que la dejé descansar por unos instantes que me impacientaron; no seguirla observando me impedía respirar.
Cuando retomé mi ansiada búsqueda encontré la más bella sonrisa contemplada únicamente en los acercamientos a las mujeres más bellas en la Época de Oro del cine mexicano. Mi corazón seguía acelerado y estuve a punto de irme de bruces hacia ella.
Quedé admirado de la perfección y blancura de unos dientes que bien podrían anunciar cualquier pasta dental. Fue una ventana al cielo de la que me costó trabajo regresar.
Cuando recorrí su rostro de tez morena clara, con su cabello negro que caía hasta sus hombros, la sentí digna de un poema. Sus cejas bien delineadas resaltaban una mirada intensa pero amable, jovial que invitaba conversar y estar atento al mínimo fulgor.
Lo que terminó por cautivarme fueron dos pequeños lunares, uno junto a la comisura de sus labios y otro en el pómulo del lado contrario de la cara.
Quedé extasiado, de admirar la sensualidad de una niña-mujer en el momento de su desarrollo, así recordé la canción que dice: “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir”.
Había llegado el momento de bajar del transporte por lo que accioné el timbre y me dije algo resignado, “de seguro ella va a continuar”. La combi se detuvo. Para mi sorpresa se levantó y bajó con su compañero de escuela. “Seguro es su hermano”, me dije.
Luego caminamos hacia el mismo sentido de la calle pero me desvié para comprar pan que me había encargado mi esposa  y decidí detenerme en la florería para adquirir una rosa para mi casa. “Será mi cómplice muda de la pasión que he vivido”. Me dije y añadí, “¿qué es la vida? Sino algo efímero que no todos vivimos con intensidad”. Terminé diciendo.
Consolado por mis pensamientos, retorné hacia mi domicilio y me sorprendí al ver que ellos se habían detenido a conversar. Los vi cuando doblé la esquina, entonces continuaron caminando y seguí tras ellos; al llegar una cuadra más adelante se despidieron y comprendí que era mi oportunidad de acercarme para conocerla, cuando él dio media vuelta, se alejó y la tuve a dos metros de distancia.
–Hola –Le dije con ternura.
–Hola. –Contestó amablemente después de voltear. Supe que me había reconocido porque una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
Su mirada se alumbró con el reflejo de la mía. Todo lo existente desapareció a mi alrededor, estaba solo con ella en medio de ninguna parte. Guardó silencio y me miró con atención, las palabras se me atoraban en la garganta. Ahí estaba frente a quien me había ofrecido al verle, un oasis donde pude experimentar vivir.
Extendí mi mano para saludarla pero olvidé que traía la rosa.
Mi sonrisa se había quedado eterna así que lo único que alcancé a decir, fue:
–Para la mujer más hermosa que hayan mis ojos contemplado.
–Gracias. –Dijo sin quitar su mirada de mi rostro.
–Es porque en tu mirada encontré el más bello regalo para mi vida: encontré el verdadero amor. –Di un paso hacia ella y le puse tan cerca la rosa que sentí casi rozar su busto. Sus mejillas se sonrojaron, nuestra respiración se comenzó acelerar, inclinó la cabeza para mirar la rosa y delicadamente la tomó entre sus manos.
Suspiró y me dijo,
–Es muy bello de tu parte. –Dijo tomando la rosa, nuestras miradas se volvieron cómplices y ambos sonreíamos.
Entonces tomé valor y con la voz más suave pero audible le dije,
–No habría nada más hermoso para mí vida, que aceptaras ser mi reina. ¿Aceptarías ser mi reina? –Aseveré con una solemnidad de enamorado.
Fueron segundos que parecían eternidad. Ella seguía mirando la rosa sin decir una sola palabra. La seguía contemplando, como el que está muriendo recorre toda su existencia en un segundo, para renacer en otra vida; y sin notarlo, la puse en mi corazón con la misma intensidad que lo hacen aquellos que han estado juntos eternamente. También sentí que mi corazón estaba a merced de un rechazo y de ser hondamente lastimado porque lo dejé abrirse a una ilusión repentina. Sus labios comenzaron a transformarse en una luna sonriente y con voz suave dijo,
–Coincidimos y así sin avisar es como entra el amor.
No podía creer que esas palabras, estuvieran siendo pronunciadas por tan hermosos labios.
– ¿Entonces aceptas ser mi reina? –Pregunté para confirmar la victoria del amor sobre mis dudas.
–Sí. –Dijo entre un suspiro, levantando su mirada. Mientras en su cuello su pulso era evidente y su respiración más agitada.
Mi mano se deslizó por su mejilla hasta rodear su nuca y como el atardecer muestra sus matices rojos, vi sus labios lentamente deslizarse hacia los míos. Fue un instante que llegó a la cima de mis emociones y que duró todas las vidas, si es que en otras vidas nos habíamos encontrado.
–Me tengo que ir. –Dijo después de un prolongado beso y de separarse lentamente.
–Esta es la hora en que regreso del trabajo le dije, ¿Nos vemos mañana a la misma hora?! –Le pregunté mirando el reloj.
–Sí. –Contestó ella con una sonrisa más amplia.
–Desde hoy viviré para hacerte feliz. –Le dije mirándola profundamente a los ojos.
–Y yo para hacerte feliz a ti. –Contestó ella.
–Mañana te espero a las ocho quince en este lugar. –Aseveré cortésmente y esperé su respuesta para dar vuelta y cerrar el instante que haría que mi vida encontrara un nuevo camino.
–Estaré deseosa de verte. –Dijo. Al tiempo que asentía con la cabeza. Su voz me situó aún más en la verdad de la distancia de nuestras edades. ¿Tendría acaso quince años?
Comenzó a caminar hacia la calle cerrada donde vive pero nuevamente volteó y me gritó en voz baja: “¡Vivo en el sesenta y nueve!”
Aguardé para ver donde estaba su casa. Antes de entrar me miró y besó la rosa. Así tan luego entró, voltee y comencé a caminar.
“Hummm…” –Suspiré, viendo hacia mi destino, soñando un día tener un hogar.
Mi suspiro se quedó en el ambiente suspendido por largo rato.
De repente escuché la voz de mi mujer hablarme al oído:
–Prudenciooo, ¿vas ir a trabajaaar?
–¿Ya es hora? –Dije pensando: “en cualquier momento arderá Troya”.
–Todavía tenemos otro rato por si quieres seguir… “con lo de anoche”. –Volvió a decir en un tono que no había escuchado desde hace muuucho tiempo.
– ¿Con lo de anoche? Pregunté confundido y traté de abrir mis ojos.
–Sí, mi rey, estuviste en un plan romántico, te portaste como ¡todo un hombre!
Me hablaste de amor, me pediste que fuera tu reina y me diste una rosa.
Hace mucho no me conquistabas con tantos detalles, mi vida. Me vestí como te gusta: muy exótica. Luego de meternos entre las sábanas me recorriste con tus manos con tanta pasión que todavía está tibia cada parte de mí; vuelvo a recordar y siento “ganas”. Ni cuando éramos novios me tocabas así, ¡pillín! Me besabas “babeándome” toda: querías meter tu lengua hasta mi garganta y luego la pasabas por mi cuello y los lóbulos de mis orejas. Tu boca no paraba, pensé que no ibas a salir de allá abajo en toda la noche, otro poco y acabo con las uñas clavadas al techo como gata, pa-pi. Hasta mi dedo gordo del pie te lo querías acabar a lengüetazos. Hummm… Y tus “deditos” hacen magia, los mueves con tal maestría, que aunque no se te pusiera tiesa, me bastaría con el meñique. ¿Por qué no me lo habías hecho así, pa-pi-to? ¡Con lo que aguantas tigre! Me hiciste el amor seis veces… por donde quisiste; luego, ya medio dormido murmurabas… “sesenta y nueve, sesenta y nueve” y psss… “al rey lo que pida” y nomás te dije: “vengache pa acá”.  –Terminó diciendo.
– ¿Todo eso hicimos…?
– ¿Anoche?! –Dije como queriendo recordar.
– ¿Qué ya no te acuerdas mi tigrillo? –Sonrió tomándome de la barbilla y meneándola.
–Es que perdí la cuenta en el tercero. –Contesté para no evidenciar la amnesia.
–Bueno, creo que por hoy debes descansar, has hecho un trabajo ma-ra-vi-llo-so. Ya están listos tu desayuno, tu traje y camisas, por si quieres ir a trabajar. En un momento se calentará el agua, tallaré tu espalda y  te apretujaré un poco más ¡chiquitín! para que  te vayas bien limpio, ¡pa-pu-cho! –dijo, llenándose la boca con cada frase. ¡Ah, y gracias nuevamente por la rosa, está preciosa! Para la próxima traes también un “juguetito”, para divertirnos más mi amor. Me dio un beso “muy tronado” y salió contoneándose toda con su “chiqui-falda” roja, su liguero con las medias negras,  sus tacones rojos del catorce y sin brassier, dejándome con mis pensamientos completamente confundido por mis ensoñaciones y sueños.
Esa mañana, las piernas me temblaban al salir pero iba desayunado, bien “planchado”, con una sonrisa de oreja a oreja y con mi portafolio en la mano.
Aaah…” Suspiré y dije, “Sí, Ríspida es una nueva mujer” y abordé la combi.




Fin

El Beso



Esa tarde, Alberto había quedado tal como insecto aplastado en el parabrisas del automóvil, al chocar su mirada en el pronunciado escote de su compañera de clase.
Era la tercera vez que ella se presentaba, no era regular en su asistencia; había aparecido como estrella del amanecer tomando más brillo conforme pasaba el tiempo. Lo primero que recordaba, era la sonrisa de media luna, que Rocío ofreció el primer día que llegó –sonrisa que difícilmente alguien se podría resistir–, en ese instante se le quedó grabada en la memoria. La segunda ocasión, Rocío llegó con un texto donde dejaba ver su última historia de amor, estremeciendo su sensibilidad.
En la noche, al llegar a su casa, quiso componer el mejor poema con toda la inspiración que fuera capaz para atrapar a Rocío. Y empezó a escribir: Rocío, Tu nombre me sabe a hierba.  Esto porque recordó la canción de Joan Manuel Serrat. Pretendía fuera el inicio de su poema pero no le gustó, e intentó nuevamente: Eres una enredadera que crece en mi corazón. Desde la primera vez que…
En ese instante, Alberto se dio cuenta que no escribía un poema sino basura. ¿Qué es esta sed de amarle que me atormenta?!  –Se dijo. No puedo escribir nada, el embrujo de Rocío me ha paralizado. Luego se dirigió a observar el cielo, mirando la estrella más luminosa a través de la ventana pensó: Rocío ha eclipsado mi mundo. Ahora no tengo ojos más que para ella, pero la inspiración que le estoy queriendo dar a Rocío, es la que me provoca Lilián; siento que no debo dársela a otra mujer porque la inspiración es como un bebé, sólo reconoce como su progenitora a aquella persona que la ve nacer  y crece con los cuidados que le prodiga día tras día.
Todo alrededor de él estaba expectante: La Inspiración, Las flores, los árboles, la luna, su estrella favorita, todo parecía decir: ¿Qué le sucedió a Alberto?! Quedó inerte en el escote de Rocío y ni se dio cuenta cuando su alma fue a dar al vacío.
¿Dónde está el hombre que platicaba con nosotros?! –Preguntó la naturaleza. Se ha quedado mudo, se ha quedado ciego… pobre Alberto, va muerto en vida.
Sólo el amor verdadero de Lilián podría salvarlo, pero ella estaba distante ocupada lamiendo los recuerdos de su último amor, con amigas que la invitan a salir. Además, ella es una mujer joven de corte gótico-fresa que no tenía nada que ver con el estilo de Alberto, un señor divorciado de más de cuarenta años que vestía antiguo y siempre igual.
Cuando Lilián era una promesa de amor realizable en la imaginación de Alberto, él era libre, caminaba feliz, iba despierto y sobre todo se expresaba con bellas palabras. Lilián era su musa pero ahora ella no estaba más, le había ofendido al verlo hechizado por otra, entonces se apartó de él.
La única manera que Alberto salga de ese hechizo –confabuló la naturaleza–, es que Lilián regrese, lo ame de verdad y le ofrezca sus labios para darle a beber el antídoto para deshacer el hechizo.
Lilián nunca hablaba con la naturaleza, tampoco podía escucharla, siempre estaba ajena del mundo mirando hacia sus adentros, así que la naturaleza desistió.
Había otras mujeres que también asistían al taller de creación literaria, así que la naturaleza quiso poner a prueba a todas las mujeres del salón para ver quien de ellas tenía el corazón disponible que haría de Alberto un hombre feliz nuevamente, entonces llamó a la estrella más brillante y le encomendó la tarea.
La estrella dijo: voy a hablar en los sueños a las compañeras de Alberto para que me revelen sus sentimientos y así saber quien aceptaría amarlo. Así que la estrella visitó primero a Lety, quien por ser psicóloga –pensó la estrella–, comprendería mejor la psique de Alberto. Además siendo una mujer guapa, morena, de pelo rizado y en la etapa de su media vida, que es cuando las mujeres conjugan belleza, sensualidad, experiencia y buen gusto,  seguramente Alberto estaría contento con ella y recuperaría la alegría que perdió.
—¿Estarías dispuesta a amar a Alberto? –Preguntó la estrella a Lety.
—No, ya tengo esposo. –Contestó el alma de Lety mientras dormía.
En la misma casa vivía la hija de Lety –Magali–, una mujer joven en edad de contraer matrimonio que recientemente había terminado la carrera profesional de contadora en la Universidad Nicolaita, quien había mostrando en sus poemas que además de ser inteligente, era una mujer sensible y llena de amor; la estrella imaginó que Magali sería una buena compañera, alumbró en su dormitorio y le preguntó si estaría dispuesta a amar a Alberto. Ella contestó sonriendo amablemente entre sueños, meneando la mano izquierda en el aire, que tenía mucho que estudiar todavía para seguir avanzando en sus estudios profesionales, que además, su mamá no le daría permiso de salir con un hombre mayor. La siguiente a quien visitó la estrella fue Ana, casi de la edad de Alberto, quien siendo madre soltera tenía un sentimiento y gran corazón que no le cabía en el pecho;  era tan noble y buena mujer, que al leer sus poemas tenía que contener sus lágrimas; Ana contestó:
—¡Uuuh! yo de hombres estoy curada, además, si Alberto me hiciera lo que le hizo a Lilián, no lo soportaría, seguramente muero en el primer desliz, no, gracias, ahora sólo me dedico a mi hijo.
La estrella fue entonces a la casa de Lucina, que vivía a la vuelta de la esquina de la casa de Ana; era una mujer de cabello castaño claro, mayor que Alberto, muy seria que usaba lentes dando un aspecto más intelectual, de semblante cálido aunque no sonreía a cualquiera, sino sólo a aquellos que mostraban ser dignos de confianza, mostrando siempre en sus ojos inquisidores, que difícilmente se equivocaba a la hora de juzgar a alguien. Ella contestó que le interesaba escribir una novela costumbrista y que tenía que investigar demasiado, además que su trabajo como florista era tan demandante como para dedicar a Alberto siquiera un minuto e inmediatamente se dio media vuelta para acomodarse y seguir durmiendo.  Llegó el turno de Margarita, la mujer que con natural alegría en sus ojos, hacía resonar la cúpula del salón del edificio de cantera  donde imparte el taller literario. Ella también era mayor que Alberto, un poco más pequeña que él pero de figura esbelta; dijo que entre sus dos trabajos, apenas le quedaba tiempo para ella, que le deseaba suerte para encontrar quien le ame. No eran muchas las opciones que quedaban y la estrella se comenzaba a preocupar, así que se apresuró a ir con Frida, una mujer templada por la dureza de la vida, que conservaba su mirada amable y sonrisa fácil; era una gran defensora de los derechos de la mujer y no toleraba la desigualdad de sexos. Ella dijo que Alberto era un señor al que no conocía mucho para establecer una relación formal, porque regularmente ella faltaba a clases –mientras su cabello corto y lacio se movía de un lado a otro, con un cierto nerviosismo que le caracterizaba–, que nunca había sentido más que respeto, no deseaba comprometerse, después de su trabajo su adoración era su hija a la que le prodigaba todo su amor; así que dio media vuelta abrazando a su hija en su cama y siguió en su sueño. Sólo quedaban cuatro mujeres a las que la estrella les podía preguntar. La primera de estas últimas cuatro fue Lilia, una joven universitaria de piel morena, cabello castaño oscuro que estaba en la edad de usar frenos todavía. Muy alegre, sociable, tenía el deseo de despertar el gusto por la lectura; contestó después de la pregunta de la estrella, que era muy chica para el señor Alberto y que le interesaba terminar su carrera así que ella no podía ser quien le diera su cariño. Siguió el turno de Estíbaliz, una mujer muy joven que cualquier hombre se sentiría musculoso al abrazar su delgada humanidad, siempre se le escapaban comentarios con gracia que hacían reír a todos a grandes carcajadas; por el brillo en los ojos cuando contaba anécdotas, la estrella pensó que su vivacidad podría hacer sentir bien a Alberto y ella exclamó en sueños:
–¿El Don de la clase?! ¡Hay no manches…inche estrella, si no estoy loca! ¡Los que fuman mota son mis amigo, no yo! –Contestó Estíbaliz en sueños con su característica forma de expresarse.
La estrella luego fue con Mara, su pudor y timidez eran tales que hasta para leer sus textos era un esfuerzo. Era la pequeña del grupo, no por su estatura sino porque apenas, se hacía notar. Se sonrojaba por todo y bajaba la mirada ofreciendo una sonrisa de disculpa por si hubiera ofendido a alguien. Luego de preguntarle, como un ángel contestó:
—Por él daría mi vida con gusto, es un ser humano que está en gran necesidad, que sucumbió ante los hechizos de la belleza y  aunque pareciera que no hay poder humano que pueda deshacer este hechizo voy ayudarlo.
La estrella se alegró con la respuesta, al tiempo que los árboles movían sus ramas bailando con el viento y las flores meneaban sus hojas. El amanecer llegó sonriente, limpio, las nubes navegaban felices en el cielo azul, todo auguraba un final de liberación para Alberto. Llegó la hora del taller literario y todas se reunieron nuevamente para leer lo que habían escrito. Mara, había llegado preparada  para cumplir su cometido; las veces que su pudor le permitía, lanzaba la mirada para establecer una actitud amigable con Alberto –quien notaba el encanto de unos ojos huidizos–, de esos que parecen luceros, donde la luz del entorno no permiten contemplar lo hermosos que son, hasta llegar a un paraje entre sombras, que les permite brillar con su propio fulgor.
Cada una y Alberto, leyeron sus textos, la tarde comenzó a tomar sus ropajes negros, adornarse con aretes de diamantes y collar de gran perla cuando terminó la clase. Mara acomodó sus cosas, esperó un momento que Alberto quedara solo –ahora ni Lilián lo esperaba–; se dirigió hacia él,  con una voz poco audible, moviendo su cuerpo nerviosa por lo que iba a decir, acercándose a su oído dijo casi murmurando:
—Alberto, quisiera hablar contigo. ¿Es posible que me acompañes a mi casa esta noche?
—Sí, claro. –Contestó Alberto algo sorprendido.
Después de despedirse del resto del grupo, salieron rumbo al domicilio de Mara, ella sugirió platicar en un callejón que estaba entre penumbras, solitario, porque le parecía más romántico; Alberto sospechó que tenía una enamorada en su tierna compañera. Se resguardaron en el portal de una casa abandonada. Ella se acomodó recargada en el portón y él se acercó para escuchar lo que le tenía que decirle.
—Y bien amiga, ¿qué es lo que quisieras decirme que es tan importante? –Preguntó él.
—Anoche tuve un sueño donde una estrella me decía que te diera un beso y este día lo único que he deseado, es poner mis labios para humedecer los tuyos. –Dijo ella–, con una suave voz, que tuvo que practicar por horas, para que su timidez no la traicionara y surtiera el efecto deseado.
La respuesta de Alberto fue tomarla de la cintura, percibir el aroma de su piel, como un puma olfatea su presa. Ella lo detuvo, le puso sus manos en el pecho.
—Pero yo te lo quiero dar compañero y sólo será un beso. –Dijo ella amablemente.
—¿Y qué debo hacer? –Contestó Alberto.
Ella lo separó a la distancia de sus brazos.
—Aquí estás perfecto, cierra los ojos, piensa en lo que  este beso quieres, represente para ti. –Afirmó ella con delicadeza.
Alberto sabiendo la timidez de Mara obedeció para no quitarle el valor que estaba mostrando. Cerró sus ojos, sonrió amablemente. La estrella y los árboles miraban complacidos.
—Ya estoy listo. –Dijo él.
—Muy bien, no vayas abrir los ojos para que pueda entregarte mi corazón en este único beso. –Afirmó Mara.
Todo estaba dispuesto para liberar a Alberto del hechizo que Rocío había dejado. Él cerró sus ojos, esperó pacientemente mientras que Mara ponía su bolso en el piso, luego posó su brazo izquierdo sobre el hombro de él –quien al sentirlo le regaló una leve sonrisa. Mara, en su otra mano, tenía un cuchillo que sujetaba firmemente; contempló el rostro de él.
—No vayas a abrir tus ojos Alberto. –Dijo, antes de levantar su brazo derecho y asestarle una puñalada en el pecho. El cuchillo penetró en un instante partiendo el corazón, la estrella parpadeó incrédula, los árboles levantaron un murmullo de asombro. Los ojos de Alberto se abrieron como lunas desorbitadas, en donde se reflejó el rostro de una mujer joven que con una macabra sonrisa lo veía tranquila, él se iba dos pasos hacia atrás para caer de espaldas al piso. Los ojos se cerraron al sentir el corazón fragmentado. Con el poco aliento de vida, extrajo el cuchillo, un borbotón de sangre emanó de entre su camisa. Empezó a sentir los mareos del que se le escapa la vida, quería gritar de pánico, pero su voz fue un suspiro de agudo dolor.
—Mara, ¿qué hiciste? –alcanzó a murmurar.
—Te he liberado compañero del hechizo de Rocío. –Contestó ella con su eterna sonrisa encogiéndose de hombros.
La Naturaleza se preguntaba:
—¿Qué he hecho, en qué me equivoqué?
Mientras Mara, recogía tranquilamente su bolso, la estrella le habló:
—Mara, hija ¿Por qué lo mataste?
Mara arqueó la ceja derecha, alzó la mirada con media sonrisa en el rostro.
—Porque un hombre que fácilmente sucumbe ante un cuerpo nuevo teniendo quien le prodigue amor, no merece conservar el don de la vida. –Expresó Mara.
—Pero entonces tendrías que matar a todos los hombres, hija. –Dijo la estrella.
—Entonces, va el primero. –Contestó Mara abriendo sus brazos con las palmas hacia el cielo mientras hundía su cabeza entre sus hombros.
Mara  tomó el cuchillo de la mano de Alberto, lo limpió con un pañuelo y lo metió de nuevo a su bolso.
El día siguiente, reunidas en torno a la mesa redonda del salón, doce mujeres comentaban del asesinato de Alberto. Una, Montserrat, mujer alta, delgada y bella, escuchaba cabizbaja, en silencio; era estudiante de psicología, siempre tenía una sonrisa amable, muy cortés, Alberto amaba sus poemas, ella había descubierto la necesidad de amor que sufría su compañero. Fue la única a quien la estrella no llegó a preguntar. Monserrat, dejaba resbalar sus lágrimas en silencio, sobre el poema que ya no leyó.
Su poema era exactamente así:

No te nombro
de ojos cerrados
vertiente la raíz
deslizada por la entraña
por el centro
hacia el límite
hasta el borde
en que te haces hojas
en que me haces nada
todo tú
convirtiéndome
delineando mi contorno en ramas
(Eres)* Fisura de mi pecho izquierdo por
La que escapa desnuda tu piel
Eres aire
Eres ave y eres nada
Eres árbol
Eres mío
Donde eres tiempo.

Fimaba, Monserrat Jacobo.
Tras la muerte de Alberto, las investigaciones frustradas de la policía duraron varios meses y finalmente se archivó el caso.
En la Casa de la Cultura de Morelia iniciaba un nuevo trimestre del taller literario. Mara, en lo más profundo de la penumbra de sus pensamientos, tenía una misión que cumplir con algún nuevo compañero; mientras, revisaba lo que podría leer esa tarde en clase.

FIN