domingo, 4 de abril de 2010

¿Qué hora es?


Pedro escucha la alarma del despertador que suena a las siete a.m.
Se levanta algo adormilado para dirigirse al baño cuando su pie pega con la silla que está junto a su mesa.
“¡Ay, ay, ay…!” –Exclama y regresa cojeando a su cama para masajear su dedo del pie maltratado por el golpe.
“Vaya forma de comenzar el día” –Alcanza a murmurar.
Luego voltea hacia  el buró junto a su cama y toma el pedazo de papel que está encima junto al despertador.
“Encuéntrame en esta dirección a las ocho a.m. No llegues ni un minuto tarde porque me voy” –lee en el papel con una sonrisa en los labios y su mirada queda fijamente perdida en ningún punto del suelo.
La noche anterior había ido a un bar donde vio a una mujer rubia muy atractiva.
Se había acercado para presentarse pero ella volteó y sin decir nada, volvió a darle otro trago a su bebida, lo ignoró por completo.
Regresó a la mesa donde estaba con tres amigos, sintiéndose algo abochornado por las bromas de ellos.
– ¿No que muy galán Pedrito? –Fue la primera expresión de burla que recibió.
– Bueno, no siempre “caen” –Dijo justificándose con voz algo decepcionada.
Para su sorpresa durante el tiempo que departió con sus amigos, se dio cuenta que aquella mujer lo observaba en un par de ocasiones, pero había decidido no ir nuevamente a hacer el ridículo y la había ignorado.
Ella al salir pasó junto a él, le miró fijamente y le dejó la nota en la mesa sin decir nada, ante la sorpresa de sus amigos que se quedaron con la boca abierta.
Cuando continúo su caminar, todos la siguieron con la mirada hasta que salió y luego se volvieron a él.
–¡Ooorale Pedrito, no te la vas acabar... chiquito! –Le dijo uno de sus amigos.
–Pues ya ven, tal vez soy más gallo de lo que ustedes piensan. ¡Salud!
Y todos levantaron su copa al brindis de Pedro al tiempo que le sonreían con admiración y malicia.
En sábado el tráfico siempre es tranquilo en la ciudad de Morelia, y considerando la distancia que mediaba entre su departamento y el lugar donde lo había citado la mujer, tenía tiempo de sobra.
Todavía estaba bajo los efectos del alcohol y le costaba trabajo espabilarse pues se había acostado a las tres de la madrugada.
“Que mujer tan extraña, citarme tan temprano… ha de tener esposo. Bueno, pero a quién le dan pan que llore, pero esas caderas y esos pechos… ahhh, bien valen la pena levantarse a esta hora”  –Se dijo a sí mismo con cierto aliento de deseo al rememorar la anatomía de la mujer. Puso el papel sobre el buró y se dirigió al baño.
Abrió la llave del agua caliente y dejó que terminara de salir a la temperatura que él deseaba, comenzó a cantar la canción de “Yesterday” de “los Beatles” mientras se metía a recibir el chorro de agua. Era una canción que siempre le había escuchado cantar a su padre cuando se bañaba y ahora él seguía esa tradición. Su padre, un comerciante rico, le proporcionaba todo cuanto él le pedía pues vivía en otra ciudad lejos de su familia. Pedro había ido a estudiar la universidad a Morelia.
“Yesterday all my troubles seem so far away…”
El agua le caía cálida y abundantemente sobre su cuerpo. Ya se había puesto el shampoo, cuando el agua comenzó a interrumpirse hasta que dejó de caer.
“¡No puede ser que esto me esté pasando...!” –Dijo en tono molesto.
No muy lejos, en un hospital de la ciudad, el Doctor Fernández le explicaba a Rebeca que su hijo necesitaba urgentemente un trasplante de corazón pues la enfermedad degenerativa que padecía estaba a punto de ganar la batalla.
Ella escuchó las palabras del médico; cerrando los ojos sostuvo su frente con el puño y comenzó a sollozar.
El médico puso su mano sobre el hombro de Rebeca tratando de manifestarle también su pesar.
Sólo un milagro puede traer más esperanza a la vida de Pablo. –Le dijo el médico con resignación.
Ella asintió con la cabeza y suspiró.
– Pues si de un milagro se trata, iré a la capilla para pedir por mi hijo a nuestro Padre Dios que todo lo ve.
En la capilla no había nadie, así que se acercó a la imagen de Jesucristo Crucificado y se hincó.
“Señor, bendito redentor vengo a ti clamando por la vida de mi hijo Pablo pues es un joven trabajador, está por terminar su carrera profesional, ha sido el sostén de mi hogar desde que murió mi esposo hace tres años y se ha convertido en la alegría de mi vida. No te lo lleves Padre mío pues arrancarías de mí el último jirón de mi esperanza”.
Rebeca terminó postrada delante de la imagen llorando, en un clamor que sólo una madre podría sentir para interceder por su hijo.
Pedro se sentía presionado y se vestía aceleradamente, el reloj marcaba las siete cuarenta a.m.
“No puedo creer que me esté pasando esto. La única vez que me encuentro con una mujer de esas y estoy a punto de llegar tarde.” –Se dijo reclamándose a sí mismo.
Estaba abotonándose la camisa cuando notó que tenía una mancha.
“¡Carajo, esta camisa está sucia!” –Volvió a increparse.
Las llantas del Mustang de Pedro sacaron humo cuando patinaron al salir hacia la búsqueda de la mujer que lo había impresionado la noche anterior.
El reloj marcaba las siete cincuenta y uno a.m.
“¡Mierda, tengo nueve minutos para llegar!”.
Sus veintidós años le daban el vigor y la energía para sentirse superior a cualquier circunstancia, así que sin pensar en nada más que en no perder a su “conquista”, metió a fondo el acelerador de su Mustang nuevo.
Ganó la luz verde en el primer semáforo que lo metía al libramiento y siguió a gran velocidad hacia la Avenida Camelinas. En el cruce de la Av. Margatita Maza de Juárez, donde está el Zoológico, apenas libró la luz ámbar y decidió tomar la lateral pues un camión de pasajeros casi le cierra el paso.
Al llegar a la esquina del “Hospital Star Médica”, la luz cambió de rojo a verde y aceleró a fondo para tomar el carril central nuevamente. Un conductor de un camión materialista decidió pasarse la luz ámbar y no alcanzó a frenar cuando lo vio, la bajada del camino que desemboca en ese crucero es muy pronunciada.
El Mustang, es envestido por el costado derecho, haciendo que el automóvil de Pedro gire y se detenga en el camellón central con las llantas hacia arriba.
En el hospital Rebeca voltea sobresaltada hacia la puerta, al escuchar el choque.
“Ayuda a los necesitados y protégelos Padre” –Dice dirigiéndose a la imagen.
En la calle, los autos se detienen, nadie se mueve, los pocos músicos de un conjunto norteño que están en el parque acallan su plática y voltean hacia el crucero. Todos miran hacia el automóvil accidentado. Hasta los animales del Zoológico callan, la calle alcanza un increíble silencio, pareciera que el reloj ha detenido su marcha.
Dos paramédicos del hospital salen apresurados hacia el lugar del accidente. Uno lleva una camilla y el otro un maletín de primeros auxilios.
La estación de bomberos manda a dos voluntarios con extinguidores para rociar el automóvil y evitar un incendio.
La calle comienza a retomar su movimiento. Unos autos se detienen, otros comienzan a pasar despacio mirando el automóvil volcado, la gente comienza a acercarse, el bullicio empieza a dominar el ambiente.
Pedro está inconciente pero aún vivo.
“Está sangrando por la boca debe tener el pulmón perforado, todavía puede salvase si lo llevamos al hospital en este momento.” –Dice un camillero después de sentir su pulso.
Rápidamente lo sacan del automóvil y lo ponen en la camilla, la ambulancia ha llegado y lo trasladan a urgencias del “Star Médica”.
Pedro recobra el sentido y balbucea con mucho esfuerzo “¿Qué hora es?”.
Nadie le presta atención, lo están preparando para operarlo ya que está perdiendo mucha sangre, tiene varias costillas fracturadas y una le ha perforado un pulmón.
Alcanza a ver en el reloj de una enfermera que marca las ocho a.m. y cierra los ojos. Se da cuenta entonces que hay mucha gente en torno a él y dice suavemente “¿Qué pasó?” y se desvanece.
Una enfermera le informa al doctor que el paciente ha perdido el conocimiento.
El doctor ordena el traslado a quirófano.
Durante la operación Pedro muere de un paro respiratorio.
El médico ordena, traigan al paciente del cuarto veinticinco, le vamos a trasplantar el corazón; que la trabajadora social avise a sus familiares y pida la autorización para donante de órganos.
Por la Avenida Camelinas camina una mujer seductora que detiene el tráfico con su andar. Un joven se acerca y le ofrece llevarla.
– ¿Qué hora es? –Le pregunta ella.
– Las ocho quince –Responde él.
Ella sube al automóvil deportivo y enciende un cigarrillo.
Él acelera, el automóvil zigzaguea perdiéndose entre los pocos automóviles que transitan por la avenida.


Fin

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